(Soweto 1976)
Antes de entrar en la casa de Mandela un jovenzuelo negro de ojos emocionados ofrece explicaciones metiéndose en la piel de su ídolo, cuenta cómo fue detenido allí con una pasión gestual e histriónica. Una casa de planta baja, pequeña, como todas las de Soweto. Fotos de las mujeres de su vida, de sus hijos, de infinidad de títulos académicos e incluso un cinturón de campeón de boxeo cuelgan de las paredes. Entre los recortes de periódico puedes leer la historia de los 700 niños que fueron asesinados a tiros por los boers durante una manifestación porque los chavales se negaron a aprender el idioma afrikaner, mezcla de holandés y alemán, al que consideraban símbolo de la opresión blanca. La foto del primer asesinado en la manifestación, un niño de 13 años al que lleva su hermano en brazos está cargada de dramatismo en blanco y negro. Las fotos de coches verdes en los que los africaners iban armados con escopetas “cazando” negros por las calles de Soweto son sobrecogedoras. Tras salir esposado de aquella casa, Mandela pasaría 27 años en la cárcel. Los negros en Sudáfrica no tienen complejos, dicen que se les puede llamar negros porque están orgullosos de ello, y no personas de color, como en los EEUU. Tras más de 45 años de apartheid , el 17 de junio de 1991 se decretó el final del sistema racista, Mandela sale de la cárcel y en 1994 gana las elecciones con un 64% de los votos. Sólo pudo vivir 11 días en su vieja casa de Soweto por la cantidad de visitas que tenía. Ahora en Soweto junto a las chabolas, también hay chalés de colores bien equipados.
Cuenta Ricardo, un argentino afincado en Sudáfrica, que la Nochevieja de 1994, estaba en el palacio presidencial de Pretoria (una ciudad tranquila y preciosa bastión de los boers, con 70.000 árboles morados llamados jacarandas) con otros amigos blancos mirando temeroso hacia la plaza, convertida en una masa negra celebrando su victoria en las urnas tras 45 años de opresión. Muchos blancos habían abandonado el país por miedo a represalias, otros esperaban acontecimientos, temiéndose lo peor, una revolución, venganzas, etc. Pero Mandela pidió a los blancos que se quedaran, había optado por la reconciliación y no por la ruptura. Al día siguiente los blancos fueron a trabajar, muchos con miedo. La mayoría salieron del centro de Johannesburgo y muchos negros abandonaron Soweto porque Mandela les dijo a aquellos incrédulos que podían vivir donde quisieran. Ahora los blancos viven en lujosos centros residenciales a las afueras. Es imposible ver a un solo blanco caminando por el centro. Un negro llamado Collin (se ponen nombres ingleses para evitar la discriminación) nos cuenta que los blancos aparcan bajo el asfalto y comen un sanwich en el trabajo. Ahora, algunos blancos (como el “amigo” peruano) dicen que el país ha ido a peor por la delincuencia, la vagancia, la dejadez y la corrupción, pero Ricardo asegura que desde que los negros tomaron el poder Sudáfrica ha prosperado geométricamente, aunque matiza “hay un 40% de paro, la mayoría vive en la miseria mientras otros se pasean en Ferrari y además los hemos tenido encerrados a todos en una prisión durante 45 años. Antes tardábamos un día en llegar a Zimbawe desde la capital, ahora se tarda 5 horas, antes no había inversión extranjera”, y aún recuerda el día en que Iberia volvió a operar, el levantamiento de las sanciones, el crecimiento de las infraestructuras. “Lo están haciendo muy bien, cogieron un país en marcha y no lo rompieron, como pasó en Angola, Zimbawe o Mozambique. Ahora tienen mucho miedo con lo del mundial, quieren estar a la altura, ya están ampliando el aeropuerto”.
Ciudad del Cabo es una ciudad mucho más bonita, y uno de los pocos sitios en los que vinos mestizos. En un lugar en el que nadie se mezcla, ser mestizo es estar en tierra de nadie. Se ven impresionantes casas frente a arenas blancas y aguas azules que quitan el hipo. A partir de las 5 la tierra se traga a la gente, algo que ocurre en todo el país, un modo de vida de lo más americano. A partir de esa hora los europeos se van a un búnker para turistas llamado Waterfront, aunque hay una calle con bastante marcha. A una hora de viaje, algo impresionante está el Cabo de Buena Esperanza, la punta de África que doblaban los marineros portugueses para ir a la India. Le pusieron ese nombre porque al llegar allí sólo les quedaba la mitad del camino. Me pregunto qué pensarían cuando viesen los avestruces, los leones, las jirafas, los rinocerontes o los leopardos, sólo fieras, nada que pudiesen domesticar.
Cuando cruzas a Zimbawe pisas un África muy distinta, nada que ver con el “desarrollo” de Sudáfrica. Tan sólo entra dinero de la gente que va a ver las cataratas Victoria, una caída de agua impresionante de 110 metros que el “Doctor Livington supongo” puso en el mapa para los europeos con el nombre de su reina, pero que los nativos llamaban “humo atronador” por el ruido y el vapor de agua que desprende al caer. La zona de Zambia es más pobre aún. Una ciudad llamada precisamente Livinstong (antigua capital) está llena de miseria, un mercadillo sin clientes, viejos hoteles cerrados, gente deambulando sin rumbo bajo letreros de Coca-Cola y gente sencilla a la que se le va los ojos tras el humo de un cigarrillo. Livinstong murió de disentería en Zambia en la choza de unos nativos, pero cuando él llegó allí no había calles, ni publicidad de cosas que no podían comprar. Allí siguen las cartas manuscritas que Livinstong nunca llegó a enviar. Los nativos las conservan con fervor en unas vitrinas. Quizá por eso pidió que enterraran su corazón en África.
2 comentarios:
Quiero decirte que me he emocionado al leerte. Profunda la historia.
Gracias por compartirla.
No puedo expresar lo que me ocurrió al leer, pero me identifique con mucho de lo escrito, es en parte lo que pasa en mi América latina, vivo en México y no necesito ir de un "país" a otro para ver ese grado de miseria o de opulencia que usted nos narra en este post.
Saludos.
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