Excálibur sigue oxidada en la roca esperando a que alguien se decida a sacarla, pero la gente pasa de largo...
11/30/2006
UN BAR DE BARRIO
Cuando entras a la Parisien parece un bar de lo más normal: Niños con sus padres tomando pinchos, una grabado de la torre Eiffel, la típica máquina tragaperras que toca de vez en cuando la canción de “La Cucaracha”, un viejo con un palillo en la boca, el fisio del barrio, la casada triste que hace más barra que Ernesto de Hannover, una fuentecilla del todo a 100 con una rana que echa agua por la boca… Pero la Parisien es especial. Cuando llegan las 12, las camareras cierran la trapa, se suben a la barra, y se desnudan. Entonces ese bar de barrio que bien podría tener serrín en el suelo se transforma en la fiesta del orgullo lésbico, las amigas de las camareras se quedan en top less, cantan eslóganes de orgullo, se besan, y viven. Pero lo mejor de todo es la mezcolanza natural; la gente del barrio también se despelota, esos padres que por la tarde estaban con sus hijos se dejan llevar y acaban con una toalla en la cintura. El fisio da masajes gratis al ritmo de un vídeo ochentero cuyas protagonistas hacen aerobic con el pelo cardado y un tanga por encima de las mallas. Entonces vienen los chupitos de tequila y la locura se desmelena. Siempre nos quedará la Parisien. Gracia no daba crédito, pero allí estaba, en un bar de barrio.
11/26/2006
CAMBIO DE ROL
Anoche fui a una entrega de premios de relatos en un bar-librería de Madrid, un bonito lugar en el que la gente bebe y lee, algo incompatible a partir de la tercera copa, por lo que la gente bebía té, o a la tercera copa dejaba la lectura para seguir bebiendo. Con estas circunstancias, las conversaciones pasan de una forma vertiginosa de estar centradas en la Literatura Contemporánea al tamaño de las tetas de la rubia de la barra (eran entre grandes y muy grandes, según se mire). En medio de este ambiente, unas sillas, un micrófono, y el fallo del concurso. Cuano dijeron el título de mi relato me puse nervioso, tenía que hablar ante toda aquella gente, y cuando estás acostumbrado a que lo que escribes tú lo lean otros, no es fácil. En esta ocasión me tocaba leer mi propio escrito, y no el presentador de turno. Tragué saliva, di las gracias, y leí el relato mientras un montón de ojos se clavaban en mi cara. Estaba deseando volver a sentarme. Lo curioso es que pasados unos minutos ya me sentía mejor. La gente que lleva años haciéndolo debe estar encantada. Como premio, la publicación de un libro de relatos. Así que de aquí a enero, a recopilar, corregir, superar las migrañas y crear nuevos textos. Vértigo. El lunes volveré a poner los pies en la tierra escribiendo para otros. Mientras, una bonita tarde de domingo de cine y cañas. Comienza el síndrome de la cuenta atrás.
LA OBEDIENCIA DEBIDA
A mi abuelo le tocó luchar en el bando nacional durante la Guerra Civil Española sin creer en ninguna causa, obligado. De hecho él tenía la ideología contraria por la que le tocó jugarse la vida. Su hermano acababa de tener un hijo, por lo que fue al frente voluntario a los 17 años para que no dejaran huérfano a su sobrino. Luchó ocupando el puesto de su hermano. Unos años antes de morir de silicosis (tenía pánico a la Muerte, pero se dejó la vida en las minas durante la posguerra) nos contó a los nietos una historia de tantas, su historia. Lo nombraron sargento, y al día siguiente fusilaban a un preso, por lo que a él le tocaba dar el tiro de gracia al reo. Los verdugos normalmente fallaban (eran críos incapaces de matar a nadie), y seguramente le tocaba a él matar a aquella persona. Así que se llenó las botas de garbanzos y estuvo toda la noche caminando hasta que le subió tal fiebre, que al día siguiente no podía ni levantarse. De esta forma no tuvo que mirar los ojos de una persona indefensa mientras le pegaba un tiro en la sien. Durante los juicios de Nuremberg, la mayoría de auquellos asesinos nazis alegaron en su defensa la "obediencia debida", asegurando que mataron a todas sus víctimas inocentes porque así se lo habían ordenado. Muchos fueron condenados a la horca, La pregunta es: ¿Hasta dónde llegarías por obedecer a un superior? ¿Llevarías hasta el final la obediencia pese a que te anulara como persona? ¿Eran culpables aquellos nazis? Coincido con mi compañero Máxim en que la mejor escena de "El laberinto de el fauno" es cuando el médico alivia el sufrimiento de un torturado con una inyección letal pese a tener la orden del capitán de mantenerlo vivo para seguir interrogándolo. El capitán le dice: "¿Por qué no me has obedecido?" Y el médico responde: "Porque obedecer por obedecer, pues no... Eso sólo lo hacen personas como usted". Esta semana me he acordado de lo que hizo mi abuelo con los garbanzos en sus botas. ¿Hay que obedecer una orden aunque vaya contra lo más elemental de los principios? ¿Quién lo haría, quién no? Al fin y al cabo él se jugaba la vida. Obedecer por obeceder es lo que hacían aquellos nazis en los campos.
11/23/2006
LOS PEQUEÑOS "PUERTO URRACO"
El ser humano no sólo se mata por la conquista de grandes continentes, países o problemas de lides con las tierras, como en Puerto Urraco, no. Recientemente he leído que un hombre mató a otro por intentar aparcar su coche donde iba a aparcar otro que había llegado antes. Dos tiros, y a tomar por culo. Pero la vida cotidiana está llena de batallas por el territorio: Meditados y alevosos codazos que van cosquistando el respaldo del brazo de la butaca del cine que compartes con el tío de al lado, empujoncitos en las escaleras mecánicas del metro a los que se paran a la izquierda, la línea que hacen los niños en el pupitre con el boli para que el compañero no pase de allí, el terreno que se gana poco a poco con el coche mientras el semáforo continúa en rojo, las pequeñas embestidas para llegar antes al asiento libre del autobús, los diminutos placajes que se perpetran frente a los monumentos tipo Fontana de Trevi para que te hagan las foto sin más turistas que tú, la lucha por una parcela de arena en el mejor sitio de la playa, los pisotones de las cabalgatas de reyes para conseguir el mejor sitio (y los caramelos), la guerra abierta que tiene lugar en el único sitio libre de la barra del bar, las zancadillas disimuladas en la cola del comedor o del banco, etc. Todo son pequeñas conquistas que realiza el Julio César que todos llevamos dentro. ¿Y nos extrañamos de lo de Puerto Urraco? jhjgkjehwgqkfuygwefhjgfkjqhwgefykgf. Pues eso, ya acabo, que las letras se pegan por conseguir su espacio en este post.
11/20/2006
EN EXCLUSIVA
No sé si será cierto ese rumor que dice que una cadena de televisión ha pagado la fianza de 90.000 euros de Mayte Zaldívar para evitar la cárcel por un delito de blanqueo de capitales. De ser así me pregunto, ¿qué pasaría si una tele hubiese pagado la fianza de Roldán para hacerle una entrevista en exclusiva para que hable de los fondos reservados que robó? Si hay entrevista, seguro que va a ser rentable, seguro que la audiencia se dispara, seguro que nos pegamos todos a la tele. Al fin y al cabo, el asesino de Jonh Lennon se lo cargó para salir en los papeles. Y lo consiguió. Lo que no sé es el caché de ese tío. El de Zaldívar, ¿es 90.000 euros? Ya veremos.
CUÉNTAME
La verdad es que las Play Station me encantan, pero al dejar de jugar con ellas recuerdo otros juegos de mi infancia, y también me encantaban. Hacíamos un circuito en la arena para hacer carreras de chapas, a las que les dábamos nombres de ciclistas: Perico Delgado, Marino Lejarreta, José Luis Laguía. También jugábamos a clavar un clavo de hierro en la tierra, donde hacíamos unos cuadros que había que ir superando. También fabricábamos ballestas con pinzas de la ropa, gomas y puntas clavadas en tablones. Nos encantaban los petacos, y los hacíamos en maderas clavando chapas que hacían las veces de timbres y pinzas. Patinetes con rodamientos, teléfonos con yogures... Pero también jugábamos a las maquinitas de marcianos, los comecocos, el Spectrum, y aquellos rupestres vídeojuegos de matar naves, como el Chalellenger Stage, al que casi siempre me ganaba mi amigo Juan en ese bar cutre de barrio en el que pasábamos las tardes muertas hablando de las primeras chicas de nuestra vida, aquellas que no nos hacían ni puñetero caso.
11/17/2006
LOS NO-RECUERDOS
Durante una visita a mi tierra hace un año, hubo algo que me dejó otro de esos implacables fallos de memoria que se ceban con mi corteza cerebral. Una de las cosas más incómodas que te pueden ocurrir es que se acerque alguien y te diga: "Hombre, Manu, cuánto tiempo". Tras una primera mirada escrutadora no hay forma de reconocer el rostro de ese cincuentón con cara de pan, pero aún así respondes: "Ehhh, hola, ¿qué tal?". Y el hombre de cara redonda: "Muy bien, ya me han dicho que sigues en Madrid, ya llevas allí muchos años, ¿eh? Mi hija al final se volvió a Salamanca". Y recurres a las frases hechas o "gañotadas": "Pues vaya, qué pena, ? ¿no?". Y te mira raro: "¿Pena? ¿Por qué pena? Si aprobó las oposiciones". Y como ya has fabricado una jaula de la que no puedes salir sigues con la farsa: "Claro, bueno..., pues..., que nada, me alegro, si ´la chica vale, pues vale..." Al final, palmadita en el hombro: "Vale, chavalote, recuerdos a la familia de mi parte". Cuando llegué a casa no supe quién era este tío, pero un año después lo he vuelto a ver, gritaba mi nombre desde la otra acera. Le he saludado a lo lejos y he visto a su lado a una antigua compañera del colegio. Por fin sé de que nos conocemos, pero sigo sin acorcarme de él.
11/13/2006
AFRICANOS Y AFRIKANERS
(Soweto 1976)
Antes de entrar en la casa de Mandela un jovenzuelo negro de ojos emocionados ofrece explicaciones metiéndose en la piel de su ídolo, cuenta cómo fue detenido allí con una pasión gestual e histriónica. Una casa de planta baja, pequeña, como todas las de Soweto. Fotos de las mujeres de su vida, de sus hijos, de infinidad de títulos académicos e incluso un cinturón de campeón de boxeo cuelgan de las paredes. Entre los recortes de periódico puedes leer la historia de los 700 niños que fueron asesinados a tiros por los boers durante una manifestación porque los chavales se negaron a aprender el idioma afrikaner, mezcla de holandés y alemán, al que consideraban símbolo de la opresión blanca. La foto del primer asesinado en la manifestación, un niño de 13 años al que lleva su hermano en brazos está cargada de dramatismo en blanco y negro. Las fotos de coches verdes en los que los africaners iban armados con escopetas “cazando” negros por las calles de Soweto son sobrecogedoras. Tras salir esposado de aquella casa, Mandela pasaría 27 años en la cárcel. Los negros en Sudáfrica no tienen complejos, dicen que se les puede llamar negros porque están orgullosos de ello, y no personas de color, como en los EEUU. Tras más de 45 años de apartheid , el 17 de junio de 1991 se decretó el final del sistema racista, Mandela sale de la cárcel y en 1994 gana las elecciones con un 64% de los votos. Sólo pudo vivir 11 días en su vieja casa de Soweto por la cantidad de visitas que tenía. Ahora en Soweto junto a las chabolas, también hay chalés de colores bien equipados.
Cuenta Ricardo, un argentino afincado en Sudáfrica, que la Nochevieja de 1994, estaba en el palacio presidencial de Pretoria (una ciudad tranquila y preciosa bastión de los boers, con 70.000 árboles morados llamados jacarandas) con otros amigos blancos mirando temeroso hacia la plaza, convertida en una masa negra celebrando su victoria en las urnas tras 45 años de opresión. Muchos blancos habían abandonado el país por miedo a represalias, otros esperaban acontecimientos, temiéndose lo peor, una revolución, venganzas, etc. Pero Mandela pidió a los blancos que se quedaran, había optado por la reconciliación y no por la ruptura. Al día siguiente los blancos fueron a trabajar, muchos con miedo. La mayoría salieron del centro de Johannesburgo y muchos negros abandonaron Soweto porque Mandela les dijo a aquellos incrédulos que podían vivir donde quisieran. Ahora los blancos viven en lujosos centros residenciales a las afueras. Es imposible ver a un solo blanco caminando por el centro. Un negro llamado Collin (se ponen nombres ingleses para evitar la discriminación) nos cuenta que los blancos aparcan bajo el asfalto y comen un sanwich en el trabajo. Ahora, algunos blancos (como el “amigo” peruano) dicen que el país ha ido a peor por la delincuencia, la vagancia, la dejadez y la corrupción, pero Ricardo asegura que desde que los negros tomaron el poder Sudáfrica ha prosperado geométricamente, aunque matiza “hay un 40% de paro, la mayoría vive en la miseria mientras otros se pasean en Ferrari y además los hemos tenido encerrados a todos en una prisión durante 45 años. Antes tardábamos un día en llegar a Zimbawe desde la capital, ahora se tarda 5 horas, antes no había inversión extranjera”, y aún recuerda el día en que Iberia volvió a operar, el levantamiento de las sanciones, el crecimiento de las infraestructuras. “Lo están haciendo muy bien, cogieron un país en marcha y no lo rompieron, como pasó en Angola, Zimbawe o Mozambique. Ahora tienen mucho miedo con lo del mundial, quieren estar a la altura, ya están ampliando el aeropuerto”.
Ciudad del Cabo es una ciudad mucho más bonita, y uno de los pocos sitios en los que vinos mestizos. En un lugar en el que nadie se mezcla, ser mestizo es estar en tierra de nadie. Se ven impresionantes casas frente a arenas blancas y aguas azules que quitan el hipo. A partir de las 5 la tierra se traga a la gente, algo que ocurre en todo el país, un modo de vida de lo más americano. A partir de esa hora los europeos se van a un búnker para turistas llamado Waterfront, aunque hay una calle con bastante marcha. A una hora de viaje, algo impresionante está el Cabo de Buena Esperanza, la punta de África que doblaban los marineros portugueses para ir a la India. Le pusieron ese nombre porque al llegar allí sólo les quedaba la mitad del camino. Me pregunto qué pensarían cuando viesen los avestruces, los leones, las jirafas, los rinocerontes o los leopardos, sólo fieras, nada que pudiesen domesticar.
Cuando cruzas a Zimbawe pisas un África muy distinta, nada que ver con el “desarrollo” de Sudáfrica. Tan sólo entra dinero de la gente que va a ver las cataratas Victoria, una caída de agua impresionante de 110 metros que el “Doctor Livington supongo” puso en el mapa para los europeos con el nombre de su reina, pero que los nativos llamaban “humo atronador” por el ruido y el vapor de agua que desprende al caer. La zona de Zambia es más pobre aún. Una ciudad llamada precisamente Livinstong (antigua capital) está llena de miseria, un mercadillo sin clientes, viejos hoteles cerrados, gente deambulando sin rumbo bajo letreros de Coca-Cola y gente sencilla a la que se le va los ojos tras el humo de un cigarrillo. Livinstong murió de disentería en Zambia en la choza de unos nativos, pero cuando él llegó allí no había calles, ni publicidad de cosas que no podían comprar. Allí siguen las cartas manuscritas que Livinstong nunca llegó a enviar. Los nativos las conservan con fervor en unas vitrinas. Quizá por eso pidió que enterraran su corazón en África.
Antes de entrar en la casa de Mandela un jovenzuelo negro de ojos emocionados ofrece explicaciones metiéndose en la piel de su ídolo, cuenta cómo fue detenido allí con una pasión gestual e histriónica. Una casa de planta baja, pequeña, como todas las de Soweto. Fotos de las mujeres de su vida, de sus hijos, de infinidad de títulos académicos e incluso un cinturón de campeón de boxeo cuelgan de las paredes. Entre los recortes de periódico puedes leer la historia de los 700 niños que fueron asesinados a tiros por los boers durante una manifestación porque los chavales se negaron a aprender el idioma afrikaner, mezcla de holandés y alemán, al que consideraban símbolo de la opresión blanca. La foto del primer asesinado en la manifestación, un niño de 13 años al que lleva su hermano en brazos está cargada de dramatismo en blanco y negro. Las fotos de coches verdes en los que los africaners iban armados con escopetas “cazando” negros por las calles de Soweto son sobrecogedoras. Tras salir esposado de aquella casa, Mandela pasaría 27 años en la cárcel. Los negros en Sudáfrica no tienen complejos, dicen que se les puede llamar negros porque están orgullosos de ello, y no personas de color, como en los EEUU. Tras más de 45 años de apartheid , el 17 de junio de 1991 se decretó el final del sistema racista, Mandela sale de la cárcel y en 1994 gana las elecciones con un 64% de los votos. Sólo pudo vivir 11 días en su vieja casa de Soweto por la cantidad de visitas que tenía. Ahora en Soweto junto a las chabolas, también hay chalés de colores bien equipados.
Cuenta Ricardo, un argentino afincado en Sudáfrica, que la Nochevieja de 1994, estaba en el palacio presidencial de Pretoria (una ciudad tranquila y preciosa bastión de los boers, con 70.000 árboles morados llamados jacarandas) con otros amigos blancos mirando temeroso hacia la plaza, convertida en una masa negra celebrando su victoria en las urnas tras 45 años de opresión. Muchos blancos habían abandonado el país por miedo a represalias, otros esperaban acontecimientos, temiéndose lo peor, una revolución, venganzas, etc. Pero Mandela pidió a los blancos que se quedaran, había optado por la reconciliación y no por la ruptura. Al día siguiente los blancos fueron a trabajar, muchos con miedo. La mayoría salieron del centro de Johannesburgo y muchos negros abandonaron Soweto porque Mandela les dijo a aquellos incrédulos que podían vivir donde quisieran. Ahora los blancos viven en lujosos centros residenciales a las afueras. Es imposible ver a un solo blanco caminando por el centro. Un negro llamado Collin (se ponen nombres ingleses para evitar la discriminación) nos cuenta que los blancos aparcan bajo el asfalto y comen un sanwich en el trabajo. Ahora, algunos blancos (como el “amigo” peruano) dicen que el país ha ido a peor por la delincuencia, la vagancia, la dejadez y la corrupción, pero Ricardo asegura que desde que los negros tomaron el poder Sudáfrica ha prosperado geométricamente, aunque matiza “hay un 40% de paro, la mayoría vive en la miseria mientras otros se pasean en Ferrari y además los hemos tenido encerrados a todos en una prisión durante 45 años. Antes tardábamos un día en llegar a Zimbawe desde la capital, ahora se tarda 5 horas, antes no había inversión extranjera”, y aún recuerda el día en que Iberia volvió a operar, el levantamiento de las sanciones, el crecimiento de las infraestructuras. “Lo están haciendo muy bien, cogieron un país en marcha y no lo rompieron, como pasó en Angola, Zimbawe o Mozambique. Ahora tienen mucho miedo con lo del mundial, quieren estar a la altura, ya están ampliando el aeropuerto”.
Ciudad del Cabo es una ciudad mucho más bonita, y uno de los pocos sitios en los que vinos mestizos. En un lugar en el que nadie se mezcla, ser mestizo es estar en tierra de nadie. Se ven impresionantes casas frente a arenas blancas y aguas azules que quitan el hipo. A partir de las 5 la tierra se traga a la gente, algo que ocurre en todo el país, un modo de vida de lo más americano. A partir de esa hora los europeos se van a un búnker para turistas llamado Waterfront, aunque hay una calle con bastante marcha. A una hora de viaje, algo impresionante está el Cabo de Buena Esperanza, la punta de África que doblaban los marineros portugueses para ir a la India. Le pusieron ese nombre porque al llegar allí sólo les quedaba la mitad del camino. Me pregunto qué pensarían cuando viesen los avestruces, los leones, las jirafas, los rinocerontes o los leopardos, sólo fieras, nada que pudiesen domesticar.
Cuando cruzas a Zimbawe pisas un África muy distinta, nada que ver con el “desarrollo” de Sudáfrica. Tan sólo entra dinero de la gente que va a ver las cataratas Victoria, una caída de agua impresionante de 110 metros que el “Doctor Livington supongo” puso en el mapa para los europeos con el nombre de su reina, pero que los nativos llamaban “humo atronador” por el ruido y el vapor de agua que desprende al caer. La zona de Zambia es más pobre aún. Una ciudad llamada precisamente Livinstong (antigua capital) está llena de miseria, un mercadillo sin clientes, viejos hoteles cerrados, gente deambulando sin rumbo bajo letreros de Coca-Cola y gente sencilla a la que se le va los ojos tras el humo de un cigarrillo. Livinstong murió de disentería en Zambia en la choza de unos nativos, pero cuando él llegó allí no había calles, ni publicidad de cosas que no podían comprar. Allí siguen las cartas manuscritas que Livinstong nunca llegó a enviar. Los nativos las conservan con fervor en unas vitrinas. Quizá por eso pidió que enterraran su corazón en África.
11/09/2006
COLORES
En los pr'oximos d'ias intentar'e hacer una cr'onica m'as amplia, que ya queda poco para regresar a Madrid. Hoy nos han explicado los colores de la bandera sudafricana, que se ver'a mucho en el mundial de f'utbol 2010 en el que volveremos a ser eliminados antes de cuartos: El rojo es de la sangre vertida de las guerras con las tribus y de los ingleses con los boers, el verde es por la rica fauna y flora que abunda en el pa'is, el azul por los oc'eanos que lo circundan, el negro es por la poblaci'on negra, el blanco por los europeos asentados aqu'i, y el amarillo por la riqueza mineral (oro y diamantes). Esto de escribir en teclados anglosajones me desquicia, pero lo intentar'e. Tras una ruta de millones de horas de autob'us hemos venido a parar a Johannesburgo, pero un peruano de lo m'as racista (dice que gracias a los experimentos m'edicos nazis de Menguele ahora curan la ceguera y la cojera, entre otras lindezas relacionadas con los negros y los indios de la India) nos ha dicho que estamos en la ciudad m'as peligrosa del mundo y que nos pegar'ian un tiro sin pens'arselo dos veces si salimos a partir de las 5 de la tarde, as'i que he decidido asomarme en Internet y husmear buscando respuestas. En cualquier caso este es un pa'is de muchos contrastes, demasiado tiempo viendo todo en blanco y negro. A Gracia y a Ra'ul, deciros que estuve negociando con los zul'ues, pero son duros de roer y me ha sido imposible, lo intentar'e manana con los afrikaners. Deseadme suerte companeros!!!
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