En la fotografía: Malva Marina
El primero de esos padres es el escritor catalán Joan Margarit, un autor que me descubrió Víctor Lorenzo. Joan Margarit escribió su libro "Joana", dedicado a su hija, que padecía el síndrome de Rubinstein-Taybe. Margarit escribió en una nota al final del libro: "Este libro fue escrito vulnerando todos los consejos que los poetas damos sobre la obligada distancia entre los hechos y el poema”. Tras la muerte de su hija, Margarit llevó al papel unos textos estremecedores sin embargo cargados de mesura. Él mismo dijo en el prólogo sobre "Joana": "Necesito cerrar este tiempo para volver a encontrar, si es posible, a la Joana de antes, aunque en la realidad “el abismo que nos separa es el nunca más”. De esta manera, Margarit intercala alterna recuerdos, diálogos imaginados con Joana y anotaciones sobre su hija, desde el primer diagnóstico hasta el final, hasta el último día.
Fotografía: Joana y Joan Margarit.
El crítico Rafael Narbona ha escrito sobre el libro "Joana": "La escritura es la resistencia más tenaz contra la erosión del tiempo. Las palabras permanecen e incluso son más verdaderas que lo vivido. No reemplazan a la persona, pero trascienden la experiencia individual. Son Ideas, en el sentido platónico, que duran tanto como haya hombres con la disposición de leerlas y apropiarse de ellas. Margarit es el poeta, pero sus palabras pertenecen a todos. A su hija Joana, esencia del discurso poético, a su madre y seres queridos, al lector. Se oponen a la muerte, que lucha por borrarlas. La trascendencia del cuidado se manifiesta en su capacidad de traspasar el umbral de la materia. Margarit no cree en la inmortalidad: “Lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos”, pero en su libro hay nostalgia de infinito. “Pero, ¿ha de abandonar uno su fe / sólo porque dejó de ser verdad?".
PASAJERA
En el gran ventanal del aeropuerto
un alba de luz blanca entre la niebla
se alza ante la muchacha con un libro
que nunca alcanzará a poder leer.
Mi juventud está también ahí,
en esas páginas de papel biblia
del grueso tomo encuadernado en pie
de los rusos del siglo diecinueve.
Natashas y Nastenkas, silenciosas
amigas de las cuales aprendí
a buscar las pequeñas esperanzas
como si fuesen conchas en la orilla:
todavía imagino que esperáis
a que llegue en la nieve y la ventisca
una abrigada sombra del amor.
También la chica inmóvil en la silla
de ruedas sabe que no llegaré.
Levanta la mirada hacia nostálgico:
fuselajes de aviones que descansan
como gaviotas en un mar helado.
Acoged a mi hija, amigas mías,
pues yo no tengo rostro para ella:
mi rostro ya no es más que un ventanal
de aeropuerto con luz de noches blancas.
NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
UN CUENTO
No digas nada, Joana,
tan sólo escúchalo y no digas nada.Íbamos caminando en la lluviosa mañana por el pueblo adormecido,entrábamos despacio por una larga calle de adoquinesque no llevaba hacia ninguna parte.Los niños nos llamaban con canciones para acercamos al canal, que viésemos su casa reflejándose en el agua.Te gustaba, ¿recuerdas?,ver a los niños. Al marchamos quedaban sus caritas pegadas al cristal,sus voces apagándose en el agua.Llegamos tarde. Demasiado. Tanto que siempre volveremos separados:ese es el precio por haber podido entrar dentro de un cuento.Y qué suerte encontrarte ahora aquí,de madrugada, convertida en patio:esto quiere decir que todo el tiempo estabas junto a mí en la oscuridad.
NO HAY MILAGROS
Llovía con desidia.
Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.
Joana iba asustada hacia el quirófano rodeada por nosotros, que quedamos en la salita mal iluminada junto a los ascensores.Dicen que en un intentode salvarse le dijo te quiero al cirujano.Creíamos que un hada podría devolvernos la Joana tranquila, la de siempre,con sus confiados ojos centelleantes.A las once mirábamos las gotas de la lluvia en el cristal como si resbalaran por la noche.La noche era una hora de guadaña.
6 comentarios:
Gracias Manu, me encanta la serie y cómo lo cuentas, y la poesía.
Un abrazo
Gracias por traer a tu blog esas vidas y esos libros.
Un abrazo
Adelante, Manu, te leemos.
Belleza, ternura, emoción... Un gran ramillete de sentimientos y arte.
Un abrazo grande.
El amor, ese gran desconocido, como si solo fuera posible amar en una dirección.
Gracias
Hacía días que no pasaba por aquí y.. vaya sorpresa. Me alegra ser el puente que te llevó a Margarit, un imprescindible, más allá incluso del poemario "Joana". Seguiré esta serie, que pinta más que interesante.
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