De pequeño coleccionaba monedas. Al principio simplemente eran monedas de otros países, y cada vez que íbamos a Portugal a comprar toallas, pijamas y chándals que luego veías a docenas de niños en la ciudad, aprovechaba para traer unos cuantos escudos. Antes, mi padre me había cedido los francos franceses que conseguía gracias a la proximidad de Guipúzcoa con Francia, ya que allí el dentista era más barato. Cuando familiares y amigos se enteraron de mi afición me traían monedas de sus viajes por Italia o Grecia. Luego me encontré en la casa del pueblo de mi abuela una perra gorda, y comencé a ir al rastro, donde compraba algunas monedas de cobre gastado de Alfonso XII, e incluso algún duro de plata de Alfonso XIII. Afortunadamente, con el paso de los años, la afición numistática fue desapareciendo. Llegué a la conclusión de lo absurdas que son las colecciones, como los coleccionables de los periódicos. La foto de arriba muestra lo poco que queda del muro de Berlín en la actualidad, o al menos es lo que había hace unos tres años. El fin de semana pasado, cenando en casa de unos amigos, había un trozo de muro certificado por la tienda que lo vendía, y nos reíamos al pensar la cantidad de fragmentos de hormigón pintado que podrían llegar venderse. Como la cantidad de trozos de la verdadera cruz de Cristo que hay repartidos por las iglesias del mundo; podrían hacer una cruz que llegara al cielo, como la del Cristo de Dalí. Al fin y al cabo no hay mucha diferencia entre el coleccionismo y las reliquias. En ambos casos, el objeto, verdadero o falso, está rodeado por un aura que lo hace especial. Me imagino que con los trozos de muro que se venden en Berlín hoy en día, se podría construir una pared tan grande como la Gran Muralla China. Si cada turista juntase su trocito, se podría hacer un nuevo muro tan gigantesco, que podríamos separar Europa de África, la Luna de la Tierra, la Vía Láctea del resto del Universo.
6 comentarios:
Pues a mí ahora me da por coleccionar libros... y ya no tengo sitio en casa.
El otro día encontré mi colección de monedas con monedas de las 2 Alemanias, Turquía, Guatemala... Con mucho dolor de mi corazón arranqué unas cuantas de mi álbum y se las llevé a un chico autista que he conocido y que las colecciona. Creo que están mejor con el chaval que cogiendo polvo en mi armario, arrinconadas
Woody, precisamente tú y yo compartimos aquella infancia de monedas. Aún guardo una que me diste de Brasil, me parecía muy exótica. Seguro que a ese niño le emociona tanto como a nosotros en aquella época ese regalo. En cuanto a lo de los libros, a mí tampoco me caben en la estantería, así que, creo que optaré por retomar el tema biblioteca municipal.
Es como las reliquias, que venden...por ejemplo de la cruz de Cristo...yo creo que con ellas, se haría como 14.
No sé es curioso, casi todo el mundo que conozco le da por coleccionar algo..¿por qué a mí no?..No sé quizás haga falta paciencia, y creo que precisamente esa no es una virtud mía..
Me gusta cuando hablas de tus cosas,lo haces de manera transparente y consigues acariciar al lector..
Besos.
Yo, de pequeña, siempre comenzaba colecciones imposibles de objetos más imposibles todavía que, por supuesto, nunca terminaba (la inconstancia ha sido una constante -lo que son las cosas- en mi vida).
Iniciaba colecciones de monedas o cromos o postales y, cuando comenzaba a faltar espacio en las cajas o los cajones que las custodiaban, todo acababa (con gran dolor de mi corazoncito infantil) en la basura.
En fin, imagino que la conclusión positiva de este asunto es que no padezco el síndrome de Diógenes (al menos de momento).
Besos coleccionables.
Jaja, Ella, mi madre a veces me dice que tengo síndrome de Diógenes con algunas prendas de la adolescencia que me resito a tirar.
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