EL RAPTO DE LA SOMBRA

Aquel 14 de abril no había ni un alma en la pequeña cala. Los últimos destellos de sol habían muerto con la llegada del otoño. Los arrecifes sonaban a caracola con los golpes de la mar sajando hendiduras en la piedra. Me acosté sobre la arena con los brazos cruzados detrás de mi cabeza. Al instante, un hombre apareció con un palo entre sus manos. Fue hasta la orilla, y durante unos instantes se quedó estudiando fijamente el agua. Alzó la vista y miró al sol, ya tenue en lo alto del cielo.
El hombre comenzó a perfilar su sombra con el palo. La primera ola borró la marca, pero el hombre continuó en su empeño. Otra vez su sombra enmarcada y otra ola acababa con el cerco. El agua llegaba en forma de ola salada, tapaba la sombra, y difuminaba el marco hecho con el palo. La curiosidad me había incorporado, y me senté a observar, sujetando la barbilla con el puño de mi mano.
El hombre, inmutable, lo seguía intentando. Enmarcaba la sombra con el palo, llegaba la ola, borraba la hendidura, y repetía todo de nuevo. Pero al cabo de una rato, ocurrió algo extraño. Cuando el surco era ya muy profundo, la ola tapó la sombra del extraño individuo. El agua se retiró de nuevo, y la sombra había desaparecido. Ya no estaba sobre la arena del suelo. El surco del palo, sin embargo, permanecía allí intacto inundado por la espuma de la última ola que había pasado. Entonces, el hombre miró en su bolsillo y cogió un frasco de cristal tallado. Metió en el tarro la espuma de mar que rebosaba en el surco, y sin mirarme, pasó a mi lado mientras guardaba la sombra en la oscuridad de su bolsillo.