Excálibur sigue oxidada en la roca esperando a que alguien se decida a sacarla, pero la gente pasa de largo...
2/12/2010
MELOMANÍA
Cuando la música comenzó a escasear, el gobierno dictaminó su restricción. Repartieron cartillas de racionamiento entre la población. La muchedumbre se agolpaba ante las tiendas de discos. El día del reparto esperaban su turno y salían con un vinillo de Springsteen, un cedé de Elvis o un casette de Prince. El tráfico ilegal tomó las ciudades, y el hampa impuso su ley. Pedro acudía a conciertos ilegales que organizaba la mafia en locales clandestinos. Allí disfrutó de estrellas del jazz, el rock, el hard core, e incluso intérpretes de música clásica. El gobierno cortó por lo sano. Impuso la “Ley del silencio”. La prohibición total. Pedro se arruinó en el mercado negro y tuvo que pedir por la calle para comprar su dosis diaria de melodía a los camellos, aunque vendían copias de baja calidad o versiones adulteradas. Pedro robó en un museo y se llevó un cargamento de cedés de Led Zeppelin. Lo incomunicaron en una celda insonorizada. Sufrió un mono terrible, con convulsiones que sólo mitigaban las dosis de diez segundos musicales que le suministraban los médicos. Cuando salió de la celda de castigo se apuntó al programa de desintoxicación de la prisión. Durante la terapia, los melómanos se levantaban uno a uno y confesaban sus problemas con la música. A Pedro le costó superar su melomanía. La cárcel no es un buen lugar para desengancharse. El que quiere música, la encuentra: una cuchara golpeando unos vasos con agua, un preso tarareando en una esquina o las notas furtivas de una flauta casera son los sistemas más habituales. El psicólogo pesó que Pedro ya estaba rehabilitado y lo envió a trabajar a la cocina. Cuando se quedó solo fregando los platos abrió la ventana, respiró hondo y se dejó llevar por el canto de los pájaros. Durante el cambio de turno lo encontraron agarrado a los barrotes, mirando al exterior con los ojos muy abiertos. El forense dictaminó “muerte por sobredosis”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
18 comentarios:
Es sencillamente genial, me encantó! ¿Podríamos vivir sin música? ¿Y cantar ? ¿Quien puede impedirnos cantar? ¿Y el chasquido de los dedos? ...ifinitas posibilidades. No existe el muindo sin ritmos, todos son ritmos, tic...tac...
Sin música imposible vivir, al menos para mí, me volvería loco.
Tú final, genial, esa sobredosis...
Un saludo indio
Excelente relato!
Leí hace unos años que en Afganistán en la época dura de los talibanes se prohibió la música, al menos la occidental. Si en un registro en tu casa encontraban un disco en inglés, de cárcel nada, allí mismo te cortaban la cabeza. La realidad superando la ficción.
Estupendo. Lo malo es que muriera. Nadie debería morir, ni príncipes ni plebeyos.
Besos de Princesa
Tu magnífico cuento da que pensar. Si no hubiera música los ruidos la sustituirían. En realidad así surgió, ¿o no?
¡Cómo me he reido! Todo es tan relativo...
Soberbio.
Me ha gustado mucho. La idea, la pieza, la ejecución y el tempo(piano y luego forte). ;)
R.A.
Me gusta como eres de capaz de crear mundos paralelos, como si existieran, donde suceden cosas extrañas pero creíbles, con finales tan sugerentes. Un saludo.
Jajaja Menuda cacerolada..
Muy bueno.
Besos Manu.
Me voy con la música a otra parte ;)
Yo creo que correría la misma suerte de tu personaje, abrazada a esos barrotes.
Para mi, vivir sin música, es una forma de morir...
Ese relato me ha recordado la novela Farenheit 451, de Ray Bradbury, llevada al cine más tarde y dirigida por Francois Truffaut.
Aqui, el delito era leer.
Excelente, Manu.
Un beso
BB
¡Hola! Es verdad que la música está en todas partes y que, si prestamos atención, si escuchamos, a veces podemos sufrir una sobredosis.
Me encantó el relato.
Buen fin de semana.
Nooooo la música no mataaaaaaa
Besicos
¡Coño! Yo también habría robado el cargamento de cedés de Led Zepelin,se los escuchaba a mi hermano mayor y me convertí en la primera niña heavy del bloque. :DDDD
R.A.
Belén realmente no muere de sobredosis, los tiros van por donde dice BB. Muere porque le prohiben escuchar lo que más le gusta, la música, pero la versión de las autoridades es otra, claro.
ufff.. yo moriría como Pedro, por falta de ella, mas que por sobredosis, supongo que con el canto de los pájaros sufriría un infarto, por no poder escuchar mas.
me encantan tus historias, lamento no pasar ultimamente mas por aquí, discúlpame, ya voy encontrando hueco para mi, poquito a poco.
un besazo artista¡
Estupendo.
saludos
Este relato tuyo ha dejado en mi una impresión maravillosa. Lo escucho todo y en todo veo ritmo y melodía. Tarareo todo lo que me echan, hasta la musiquilla de las máquinas tragaperras (sonrío), y sinceramente no imagino un mundo en el que no exista la música o se prohiba tararear.
Un abrazo
¡Enhorabuena, Manu!
Nos están prohibiendo hasta pensar y no nos damos cuenta.
¿Moriremos?
Publicar un comentario