Excálibur sigue oxidada en la roca esperando a que alguien se decida a sacarla, pero la gente pasa de largo...
11/08/2009
LA GRAN BATALLA
El ejército francés tomó posiciones con Napoleón al frente de la formación. Mil alientos de caballo rebotaban en las corazas brillantes y los cascos de la tropa, soldados rudos, listos para la gran batalla. Con el sable fuera de la vaina, los generales miraban de frente al enemigo, un batallón de de blindados estadounidenses, la élite de los marines norteamericanos. El corso dio la orden desde su montura y los sargentos de artillería encendieron la mecha de sus cañones con una antorcha de aceite. Los proyectiles cayeron sobre los tanques del enemigo. Los acorazados apenas se levantaron un palmo del suelo. El general Patton dio la señal y una lluvia de fuego aplastó a la mitad del ejército napoleónico, con decenas de bajas sobre el terreno. Cuerpos mutilados yacían bajo el grito agudo de los morteros y el ta-ta-ta de las armas automáticas. Era el turno de la aviación, pero cuando le tocaba escupir llamas a esos pájaros de hierro, Napoléon, gran estratega, tomó una decisión que la Historia calificaría como "genialidad absoluta". Una maniobra envolvente de la caballería que esperaba escondida en el bosque rodeó a los tanques americanos, que volcaron tras sufrir las coces de los indomables caballos franceses. Fue el fin del ejército del irascible Patton. Las botas de caña de los soldados galos se mezclaron con restos de marines destrozados. Tras la cruenta batalla, los franceses y los caballos regresaron a sus cajas de plástico, pero los soldados caídos continuaron sobre la moqueta como lo que eran: perdedores, carne de cañón..., plomo.
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13 comentarios:
Lo que demuestra que todas las gloriosas batallas son un asco.
Un relato estupendo, me ha encantado.
Veo que aún juegas con soldaditos
de plomo.
Sí creo que, los pobres (no
comparto lo de cobardes), siempre
han sido carne de cañón...
Un beso
BB
El relato me gustó mucho,Manu. El final sobre todo, a pesar de lo gordo que me cae Napoleón.
Tu relato me recuerda un examen de un alumno sobre la llegada de las tropas francesas a España cuando Goya se encontraba allí.
Tras dieciocho páginas de arduos combates con los cañones, las luchas y batallas, el tío como conclusión me sale con esto textualmente :
"Y yo me pregunto y concluyo en lo siguiente ¿cómo Goya pudo escuchar todo aquel estruendo si era sordo?
Casi me da algo, me entró un ataque de risa que no veas.
Me lo cargué con un rotundo cañonazo que espero que él,sí pudiese oir.
Besos.
Está bien jugar así, puedes cambiar la historia siempre que quieras!
Besicos
No te lo tomas a mal, querido mío (sonrío) pero te ha quedado de un P. Reverte de la leche.
Fantástico.
BB, tienes razón, lo he cambiado porque yo tampoco quería decir que los soldados fueran cobardes, sino que lo dice el narrador, que es la persona que juega con los soldaditos de plomo, pero como puede que se entienda como tú lo has entendido y no quiero dejar lugar a dudas, lo quito. ;)
Raúl, no me sienta mal, yo con 20 años quería ser como Reverte.
Alma, en efecto, todas las batallas gloriosas son un asco.
Belén, estaría bien cambiar la Historia con juguetes, ¿no?
Eva, lo que le pasaba a tu alumno es que era un cachondo, jaja.
Me gusta que ganen los caballos.
Eso es tener la Historia en tus manos
Un beso
Ahhhhhhhhhh, qué sensación maravillosa -¿divina?- poder cambiar la historia!
¿Jugamos Manu? Por muchas que sean nuestras torpezas, jamás seremos tan estúpidos como lo fueron (y son) los hombres que declaran la guerra.
Besos guapo!!!
Que final!!!
No sé por qué pero me has enternecido... Que buen relato!
Besos.
Maravilloso relato, Manu, que demuestra que la mente humana es capaz de imaginar cualquier horror sobre una simple moqueta.
Y yo Manu, y yo...
Lo recuerdo... bienvenido del viaje compañero
saludos y salud
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