3/09/2012

SOY AZUL


Como llega el fin de semana, os dejo un relato largo, por si os queréis entretener un rato en el sofá. Es un cuento que forma parte de mi primer libro de relatos, "El desguace", y al que tengo especial cariño. En su día, este texto obtuvo un premio que me animó a seguir por el camino de la experimentación. Utiliza una técnica narrativa un tanto arriesgada en el uso del narrador/es. Buen fin de semana.

¿Mi época neoyorquina? Siéntese. Intentaré explicar la historia a los lectores de su periódico. El color de la sangre para mí siempre había sido verde hasta que apareció ella. El año en el que comencé a pintar, ríos de color verde regaron las calles de Soweto. Los afrikaners mataron a seiscientos de mis compañeros de clase a tiros tan sólo por una manifestación en contra de su idioma. Para aquellos niños el afrikaner era la lengua de los represores durante aquellos días de aparheid en el que la vida era para todos en blanco y negro. Para todos menos para mí. Me gusta el color. En la escuela nunca se me dieron bien los idiomas, ni las matemáticas, por no hablar de la gimnasia. En cambio, tenía un don: el dibujo. Pasaba días abstraído en mi pupitre esbozando bocetos. Tras la matanza de Soweto los maestros nos pidieron a los niños que reflejásemos lo ocurrido en murales para hacer una exposición que conmoviese a los periodistas extranjeros, a gente como a usted. Nunca vino ni un solo reportero a nuestra pequeña exposición. La policía no permitió el acceso a nadie. Pero aquel día descubrieron mi pequeño defecto. La gente se apilaba frente a mi cuadro, que colgaba en la pared junto al del resto de las pinturas de los otros críos.  Aunque en el arte africano destacan los colores vivos, aquello parecía una obra de vanguardia. En aquella época el arte contemporáneo no era muy popular en África. El profesor me preguntó por qué pintaba a los negros de azul y a los blancos de amarillo. Le respondí extrañado que así es como veía el mundo. ¿Es que el resto no lo percibía igual que yo? Para mí el color negro era azul, el blanco, amarillo, y el rojo, verde. Mis dibujos eran espléndidos, pero tenía un problema. No percibía el mundo como el resto. Unas células con forma de bastoncillos transformaban toda la gama cromática de mis ojos. Siempre he pensado que cada uno ve todo lo que le rodea a su manera. ¿Sabía que los colores no existen? La margarita que usted aprecia blanca, una abeja la ve morada. Todo depende de la longitud de onda de la luz que capta cada retina. Pero en Soweto nadie sabía nada de longitudes de onda. Me convertí en un niño diferente. En una especie de pasatiempo objeto de todo tipo de bromas. El niño azul, me llamaban. Y ser azul en un mundo de blancos y negros era no ser nadie. Se burlaban de la coordinación de mi vestimenta, me cambiaban las pinturas de sitio y me manchaban la cara. Mis padres y mi hermana intentaron alejarme de la pintura, pero yo jamás la abandoné. Cuando acabé la enseñanza primaria me fui a vivir con mis pinturas y mis telas a una chabola de las afueras, a un lugar infecto, plagado de ratas, de pintores yonkis y escultores borrachos que tallaban una madera quebradiza llena de poros. Me ganaba la vida a duras penas con mis lienzos, que malvendía en un mercadillo situado a una hora de camino de mi inmundo hogar. Era feliz y miserable. Ambas cosas.
          Mogae, cuando has salido hoy por la puerta del apartamento he quemado todos tus cuadros en la bañera. Todos menos uno. Ese autorretrato lleno de color en el que sujetas un pincel entre los dientes. Unas gotas de pintura caen en tu interior. Pelaste tu cuerpo para mostrarme tu alma. Y nunca fui capaz de verla. Nueva York no es lugar pata ti, ni yo soy la mujer que te haría feliz. Con los años, los críticos de arte le darán un nombre de color a la época en la que estuviste conmigo. Su etapa amarilla, dirán. Como el período azul de Picasso. ¿Sabías que el artista más importante del siglo XX era disléxico? La dislexia dificultó su aprendizaje en la escuela, pero su padre, un profesor de Bellas Artes, le animó en su deseo de ser artista. El pequeño Pablo poseía un increíble talento. Desde una edad muy temprana había desarrollado el sentido de cómo las personas querían verse y cómo les veían los demás. Desarrolló un sentido único de la belleza y estilo que atraía a la gente. Pablo pintaba las cosas sin orden, hacia atrás, o al revés. Sus pinturas mostraron el poder de la imaginación y la creatividad de la psicología humana. El día que te descubrí en aquel cochambroso mercadillo de Sudáfrica me dije: Éste chico tiene talento. Si me lo llevo a Nueva York puedo sacarle partido en las galerías de Arte Moderno. Pensé que pintabas las cosas tal y como las veías, pero no sabía que lo hacías de una forma tan literal. Si me hubieras dicho que eran las obras de un daltónico seguramente te habría minusvalorado. Mi error fue intentar cambiarte. Siempre me verías amarilla y tú siempre serías azul. Tú hacías que aquel lugar tan deprimente de Soweto brillase con luz propia. Cuando me arruiné con el fracaso de mi última galería, un espacio desde el que intentaba promocionarme con pintores noveles, fui a tu país a buscarme a mí misma, pero te encontré a ti. Y te descubrí ante el mundo. Quizá debí ofrecerte unas pocas monedas por tus cuadros y continuar mi camino al hotel. Pero el tono indefinido de sus ojos me fascinó. Nunca te gustó que los neoyorquinos te dijeran que eras de color. ¿De qué color? Solías preguntarles. ¿De color negro? En África estáis orgullosos de ser negros. Pero tú, tú no eres negro. Eres azul.
-        ¿Cuánto cuesta este cuadro?
Una mujer blanca, de baja estatura pero coqueta, llena de pecas y con el pelo rizado, señalaba uno de los cuadros de Mogae. Un paisaje de hierba anaranjada con una puesta de sol lila.
-        ¿Cuánto ofrece?
Mogae estaba extrañado de ver por allí a una mujer como ella. Iban muchos blancos aquel mercadillo destartalado (allí había suficiente policía como para invadir todo África), pero ella era diferente. La veía menos amarilla que al resto, tenía un tono más natural, más anaranjado, y no tenía ese gesto arrogante que los afrikaners mostraban a los suyos. Las pecas de su rostro formaban una línea de puntos azules sobre su nariz.
-        ¿Sueles vender mucho?
La mujer bajita se mostraba tan interesada en la obra de Mogae que comenzó a revolver todas las telas. Parecían interesarle los retratos.
-        Tu obra es muy peculiar, tiene un color especial. Nunca había visto algo así.
-        Me gusta el color.
-        ¿Conoces a Van Gogh? Era un pintor holandés que no vendió un cuadro en su vida. Ahora los venden por millones de dólares.
-        Menudo consuelo, señora. ¿Tengo que esperar a morirme para vender?
-        Te compro cinco telas por cien dólares. 
-        ¿Cien dólares? Trato hecho. Se los enrollo.
-        ¿Cómo te llamas?
-        Me llamo Mogae, señora.
-        Yo me llamo Sarah. Volveremos a vernos, Mogae.
La mujer bajita cogió las telas enrolladas y se perdió entre la muchedumbre del mercado de nuevo. Mogae no había ganado 100 dólares en toda su vida. Quién le iba a decir que esa mujer pecosa cambiaría su vida.
          Sarah hizo que me sintiera importante. Mis colores la habían fascinado. Al mes volvió a Soweto. Yo siempre colocaba mi puesto en el mismo lugar, así que pudo encontrarme fácilmente. Cuando se acercó a mí, su piel era algo más amarilla que la última vez, pero su cara conservaba aquellos rasgos agradables. Me dijo algo así como que yo era su gran descubrimiento, que había colocado en varias galerías mis obras, y que querían conocerme en Nueva York. Compró todos mis cuadros, me subió a un coche y fuimos de compras a un centro comercial de Johannesburgo. Por aquella época los negros de Soweto teníamos prohibida la entrada en la ciudad. Pensaron que era el criado de la pecosa. Me preguntó si tenía que despedirme de alguien, pero lo cierto es que desde que me fui de casa de mis padres no había nadie en mi vida. Algunos conocidos del mercado, nada más.
          Mogae nunca había subido a un avión. Esa noche no pegó ojo. Se pasó el trayecto mirando por la ventana. La noche y el Atlántico estaban teñidos de un intenso azul oscuro. Cuando llegaron a Nueva York las luces de neón lo inundaban todo. Times Square brillaba igual que los arcoiris que Mogae había visto sobre el río Zambeze durante el  único viaje que había hecho en su vida. Fue hasta Zambia tan sólo con el objeto de  ver aquellos arcoiris múltiples de los que le habían hablado. Los colores de Nueva York no tenían nada que ver con los África. Allí todo era una inmensa penumbra roja salpicada con el blanco de los edificios. El taxi les dejó a las puertas de uno de esos rascacielos de ladrillo. La fachada lucía varios grafittis. El ascensor les llevó hasta el piso quince. Sarah sacó las llaves y abrió una puerta de madera con un garabato grabado bajo la mirilla.
-        De momento vas a estar aquí Mogae, hasta que encontremos algo mejor.
En el interior, la bombilla iluminaba un pequeño estudio con una cama, una mesa, un baño y un gran caballete. Al fondo, sobre una estantería, varios tubos de óleos y unos pinceles de pelo de marta formaban una ordenada pila. Sarah descorrió las cortinas.
-Aquí es donde vas a trabajar. Tú pintas y yo vendo. En este país cada uno tiene una función. Se llama especialización. Ahora no perderás el tiempo en el mercadillo. Así son las cosas.
Mogae, aún recuerdo los tres meses infernales que pasaste en aquel apartamento.  Los más duros de tu vida. Y de la mía. Esta ciudad acaba con cualquiera. Ahora lo sé. He estado ciega. Deberíamos haber huido. Nunca te entendí. ¿Regresar? Imposible. No podías volver. Aquí lo tenías todo. Libertad. Sueños. Posibilidades. Futuro. Pero tú tenías otro punto de vista. Preferías volver a un gueto. El gueto del sur. Donde sólo hay dos colores. Nadie merece vivir prisionero en su propio país. Como yo. Si no hubiera sido por tu compañía me habría vuelto loca. Tú, sin más colores que los que conservaban tus recuerdos, y yo, remontando una ruina y un divorcio por mi adicción al trabajo. Cuando se enteraron de lo nuestro nos marginaron. Una blanca de buena familia con un pobre africano. Sé que la vida aquí no es fácil. Demasiado impersonal. Tanta agresividad, tanta competencia. Unos valores diferentes. Occidente. Soledad. Angustia. Estrés. Teníamos que vender y vender. Sé que te apreté demasiado, pero gracias a ello pudimos mudarnos a aquella casa. Tampoco me arrepiento de eso. Los mejores marchantes se interesaban por el artista de colores intensos y mágicos. Hasta que descubrí tu secreto. Es lo único que me echo en cara. Lo sospechaba hacía tiempo. Nunca vestías de una manera coordinada. Al principio lo achaqué a tu naturaleza descuidada. Te puse a prueba. Te dejé ciego. Te destruí. Te alejaste.
La casa de Mogae y Sarah era inmensa. La luz entraba por los grandes ventanales de las habitaciones. Arriba, un gran estudio lleno con cuadros de motivos africanos y neoyorquinos iluminaban la estancia. Trazos de azules, verdes, rojos y magentas. Una borrachera cromática inundaba aquella estancia. El ruido del tráfico traspasaba las paredes ocres. Mogabe comenzaba a tener una sensación de pesada claustrofobia en la Gran Manzana. ¡Qué lejos quedaba África!  
-        Hola Sarah, ¿cómo han ido hoy las ventas?
-        He colocado siete cuadros en cuatro galerías, el negocio sube como la espuma. Dame un beso.
-        Estoy lleno de pintura.
-        Me encanta verte el pecho con esas manchas de colores, las manos llenas de óleo, el olor a aguarrás de la cubeta.
-        Tú también estás preciosa, pero tengo que retocar este autorretrato.
-        ¿Eres tú? ¿Por qué te has abierto el cuerpo de esa manera, como si te pelaras de arriba a abajo?
-        Porque quiero enseñarte mi alma, y porque soy un pintor vanguardista, contemporáneo, original. ¿Es como tú me vendes, no?  ¿Me has traído el tubo de pintura que te encargué?
-        ¿El de pintura azul? Sí, aquí tienes.
-        Perfecto.
-        Mogae, no es azul. Es negro. 
Mogae abrió el bote, vertió todo su contenido sobre el cuadro y lo extendió con las manos. Silencio. Sarah esperaba una respuesta.
          Estuve engañando durante dos años a Sarah, demasiado tiempo. Estaba en su derecho de sentirse dolida. Había pasado tantos años con mi defecto a cuestas que aprendí a ocultarlo a mi conveniencia. Ninguna mentira es eterna, ni siquiera el Arte. Sarah se dio cuenta. Aquella farsa no podía durar mucho. A partir de ese momento toda nuestra vida se centró en curar mi daltonismo. Fuimos a médicos y me hicieron tests. Los expertos nunca habían examinado a nadie que confundiese de aquella manera los colores. Sarah dio orden al caos de mi paleta y me dio instrucciones: Estos son los verdes, aquí están los rojos, más allá los azules, y al lado, los amarillos. Más tarde me puso una etiqueta con el nombre de cada color al lado. Yo siempre había pintado de una manera intuitiva. Algo comenzó a cambiar. Ahora interpretaba la vida de la gente a su manera. Comenzaron a extenderse rumores por las galerías. Pensaban que había estado haciendo trampas, que mi talento no era natural. Entonces, un oftalmólogo que supo de mi caso se puso en contacto con Sarah. Había inventado unas lentes que filtraban la luz de tal manera que podría ver como lo hacen e resto de los seres humanos. Sería exactamente igual que los demás. Después de hacerme unas pruebas nos vendió las gafas a precio escandaloso. Cuando me puse los extraños anteojos no me gustó lo que vi a través de ellos. Ese mundo me era lejano, desconocido. Sombras, siluetas brumosas, contornos sin límites claros, borrones sin forma. Ya ni siquiera interpretaba el universo de las personas normales, ahora era una de ellas. La gente se movía de forma natural en ese mundo; para mí era aprenderlo todo de nuevo. Como comenzar a andar, a hablar, a sumar, a restar, a vivir. Sería como engañarme a mí mismo, vivir en un mundo paralelo al real. Y mi talento con los colores desaparecería. Opté por volver a mi mundo. Sufrimiento, discusiones y dudas. Pérdida de identidad y crisis de pareja. En un mes mi pequeño mundo se despeñó. Sin mis gafas Sarah estaba más amarilla que nunca. Como si tuviese una cirrosis terminal. Pero insistía: Tienes que ponértelas. Hasta que llegó el día en el que me quité las gafas. Todo era amarillo. Nunca más volvería a ponérmelas. Estaba decidido. Jamás me despedí de ella. Regresé a África. Volví a trabajar en el mercadillo. Era el mundo al que pertenecía, donde los colores no me son ajenos. Años después, mis cuadros volvieron a los museos y los críticos hablaban de mí como uno de los más originales artistas africanos. Pretendían que volviese a aquella ciudad, pero África es mi tierra. Ahora podemos vivir donde nos apetece. Me comunicaron la muerte de Sarah hace 30 años. Junto a su carta de despedida me trajeron el cuadro que usted puede ver ahora sobre esta chimenea. Es el retrato que estaba pintando cuando descubrió mi secreto. Poco después Sarah cayó sobre él y se clavó unas astillas. Aún veo manchas verdes. Es lo último que tuvo entre sus brazos. Es un retrato de mi alma. Un museo de Europa me ha pedido que se lo preste. Sé que le ha costado mucho a usted dar conmigo. Espero que le haya servido de algo. Si quiere saber lo que siento vea mi obra. Y si quiere un titular para su artículo, esa época de mi vida se resume en una frase: soy azul.
          Mogae, hace apenas unos meses que te marchaste y mi vida ya se ha convertido en las tinieblas que tú veías con esas gafas que te obligué a usar. Han embargado mis bienes. Me has dejado. He perdido la partida. Todo lo que me rodea es blanco y negro. Oscuridad. Contigo ha salido el color de casa. Superabas a todos. A Picasso, a Warhol, a Jasper Johns, a Dalí, a Cezanne, a Monet, a todos. Cubismo, impresionismo, dadaísmo, feísmo, expresionismo, surrealismo. Arte. Artistas. Charlatanes. Ya ves, pensaban que eras uno de los suyos. Pero tú eres mejor. Ellos interpretaban la realidad y tú la plasmas tal y como la ves. Tu propia realidad es tu estilo. No necesitas pasarla por filtros. Tú eres auténtico. Nunca lo entenderán. Piensan que eres una especie de trampa, un artista sin imaginación. Han quitado todos tus cuadros de los museos. Ahora sé que no volverás nunca. Te he destruido. Igual que Picasso destruyó a sus mujeres. ¿Por qué no soportaban seguir viviendo sin él? Ahora las comprendo. A todas. Tú me has enseñado a  mirar de una forma diferente. Ya no podría volver a ver las cosas igual que antes. Mi vista se nubla. He mezclado pastillas de cuatro colores diferentes, y lo mío nunca ha sido mezclar colores. Por qué no te despediste de mí? Pusiste color a mi vida. Adiós, mi hombre azul. Ahora, todo se ha vuelto negro. 

17 comentarios:

Arte Pun dijo...

Precioso relato Manu, con muchas aristas, quiebros y pinceladas. Ese ver distinto a los demás, ese plasmar de otra forma lo que percibimos, destaca diferenciándose del resto. Me sigue llamando poderosamente la atención el caso de Van Gogh, que no vendió ni un cuadro en vida, debería haber un término medio, un menor relativismo, pero no, así somos.
Ya digo, brillante el relato, no pude esperar al sofá, muchas gracias. Un abrazo.

Mei Morán dijo...

Repaso por el mundo de la pintura, el de las emociones y los conflictos entre humanos y de paso la pincelada sobre el racismo. Además los diferentes planos de los personajes.
Mucha tela Manu. Quizá hay , si me permites el comentario, un pequeno exceso del porqué de las cosas.
Me he banado en los azules, los amarillos y el arco iris.
Un beso

Rosa dijo...

Si se es diferente el mundo te puede poner las cosas muy difíciles.
Me gusta ser azul...

Besos desde el aire

Maite dijo...

Estoy de acuerdo en que la técnica es algo arriesgada, pero tú, Manu, tienes un nivel narrativo de tal alta calidad que lo que surge de aquí es un elemento diferenciador con el resto de escritores de relatos, tu label de calidad y de originalidad.
Además, el azul es mi color favorito, ojalá nunca se me vuelva todo negro, aunque a veces vea manchas.
Volveré a leerlo en casa, con la tranquilidad y degustación que este texto se merece.
Abrazos.

Anita Dinamita dijo...

Lo imprimo (en azul) y te cuento!

AGUS dijo...

Manu, volveré a leerlo este fin de semana más tranquilo. Pero tras una primera lectura me parece un relato espléndido, y muy arriesgado. Especialmente la arquitectura: los distintos puntos de vista a través de las diversas voces narrativas y la alteración del tiempo. Es muy interesante porque además de jugar con la perspectiva, utilizas la caligrafía, la curviva, la letra en negrita... Todo ello al servicio de una historia que es muy potente, y que creo que se beneficia de la forma tan original.

Abrazos, y buen fin de semana.

Pd: por cierto, ¿enviaste el texto original al concurso en azul?

Mary HC dijo...

Gracias por el cuento :)

Manu Espada dijo...

Agus, no lo mandé en azul, pero habría sido buena idea. Gracias a todos por pasaros. Un abrazo.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Quise leer este relato más de una vez, Manu, para no comentarlo sobre la primera sensación y limitarme a decir que me parecía muy bueno. Habiendo cumplido con mi propósito, no puedo decir otra cosa.

Este es un cuento de gran intensidad emocional, con una coonstrucción de los personajes destacable y un esquema de acción muy verosimil, por lo que logra -desde el inicio- la total complicidad del lector.

En mi humilde opinión, el juego de narradores ayuda a retener el interés/atención de lector, a la vez que le mete más en la historia.

En definitiva, que me alegra mucho haberlo leído.

Un abrazo admirado.

Elysa dijo...

No estoy en el sofá, ni me importa. Lo he leído de un tirón sin respirar, sintiendo la necesidad de que no acabara. Seguramente volvere a leerlo más de una vez. Me gusta esa forma de seguir las distintas voces, difícil para el escritor, brillante para el disfrute del lector.
Veo a los personajes, consigues que los comprenda y al final los hago míos.

Besitos

Anita Dinamita dijo...

Ya lo he leído!
Desde el principio tengo una duda porque esto de que cada uno puede ver los colores diferentes y no lo sabemos es un pensamiento que siempre he tenido. Hemos aprendido los colores a través de objetos pero podrían ser diferentes los tuyos y los míos ¿cómo darnos cuenta? Entonces me choca en el relato que Mogae escoja pintura azul cuando él el color negro lo ve azul ¿no sería lógico que pintara de negro? ¿no sería lógico que el blanco fuera el utilizado porque él lo ve amarillo?
Entonces no sé si me he perdido algo de la historia.
La construcción de personajes, la manera de describir la sangre verde me parece preciosa, las pecas azules, la vida borrosa de los demás. No sé, tiene tantos matices.
Como siempre, da gusto leerte, en largo y en corto. Si un día escribes una novela estaré encantada de devorarla.
Un abrazo

Margaret dijo...

precioso

puri.menaya dijo...

Un relato lleno de color, de los colores de Mogae. Y de la fidelidad a sí mismo, a su manera de ver y sentir el mundo.

manuespada dijo...

Anita, gracias, revisaré esos detalles que me dices, ahora mismo no los recuerdo, pero encantado de corregirlos si hay alguna incongruencia con el tema de los colores. Y gracias a todos por pasaros. Un abrazo.

ernesto ortega dijo...

Lo recuerdo perfectamente. Ha llovido desde entonces.

Lola Sanabria dijo...

Ha llovido mucho, como dice Ern, pero el relato no se ha despintado.

Abrazos de arco iris.

Elena Casero dijo...

Creo que en su momento te dije algo sobre el relato o quizás me quedé con las ganas. El Desguace no debería quedarse en el olvido. Hay cosas muy, muy buenas.

Un abrazo