4/25/2012

ANDÉN MAGNO, de Julio Leiva


Pienso en Héctor cada vez que bajo al metro. No recuerdo
quién me contó su historia, tal vez fue mi madre, aunque
no puedo estar seguro. Hace tanto tiempo que conozco
este relato que tengo la impresión de que nací conociendo
a Héctor, un hombre que ve cómo de pronto las paredes
abombadas y repletas de carteles publicitarios del andén en
el que espera la llegada del metro comienzan a separarse y
cómo el techo se aleja del suelo, como cúpula de catedral.
Héctor decide huir pero las escaleras mecánicas se han
vuelto impracticables y se ve obligado a avanzar por interminables
pasillos y corredores con los ojos entornados por
las corrientes de aire que recorren de un extremo a otro
toda la red subterránea y que a ras de suelo son mucho más
fuertes. Y así vaga durante meses, tratando de no someterse
a la tiranía de unas proporciones tan injustas; unas veces
a pie por interminables pasillos y otras veces dejándose llevar
por kilométricas cintas transportadoras en las que ha de
pernoctar durante días, semanas incluso, durmiendo detrás
de las cerdas que hay en los bordes y que la gente emplea
para limpiarse los zapatos, aunque no estén para eso. Y cada
vez que llega a la frontera entre dos baldosas, que ahora ya
no son trozos cuadrados de gres sino llanuras frías e inhóspitas,
se hace la misma pregunta: son las cosas que me
rodean las que crecen o soy yo que el que se va haciendo
cada día más pequeño; y siente una minúscula alegría por
el camino recorrido y una descomunal tristeza por lo que le
resta. Pero a pesar de todo no se rinde y continúa sin desfallecer
en pos del muñequito amarillo sobre fondo verde de
las señales luminiscentes hasta que, con la cabeza llena de
canas y la espalda encorvada, consigue llegar al vestíbulo
de salida. Y cuando siente el aire de la calle en la cara y oye
los ruidos que llegan del exterior se detiene y mira hacia a
atrás y contempla los formidables tornos y las ciclópeas
máquinas expendedoras de billetes y todo este entorno
que ha conseguido conquistar, preguntándose si lo que va
encontrar fuera acaso va a ser mejor.

P. S. Hoy en "La espada oxidada" traigo a un invitado: Julio Leiva, que ha publicado este microrrelato en "Cuentos para el andén". Julio Leiva nació en Madrid en 1974 y trabaja para gente que no conoce. En 2010 ganó el Certamen de Narración Breve UNED y quedó
finalista en el "Concurso de Minificción Márgenes" y participó en la
Segunda Parábola de los Talentos. Cuando no escribe, piensa en qué
hacen las hormigas cuando llueve.

8 comentarios:

AGUS dijo...

Me parece un relato brillante, brillante. Un gran acierto plantear la metáfora de perderse en un lugar común de paso, donde todo el mundo va,viene, va y viene. El final, redondo, no incide tanto en la historia del protagonista, sino de forma elíptica en la de los otros personajes que deambulan de aquí para allá, seguros, confiados de tener un sitio a donde ir. Me encantó, además de recordarme mis años universitarios cuando cogía el metro cada día.

Mis felicitaciones al autor, y gracias Manu por compartir este texto.

Abrazos.

Xesc dijo...

Me resulta inquietante la forma en la que al final el narrador se apodera del pensamiento íntimo del protagonista.
Es tal vez lo que le da ese punto que dice Agus en el que incide en la historia de los otros personajes ausentes e implícitos. Todos nosotros.

Me atrapó, sí.

Felicidades y gracias por traérnoslo.

Abrazos

Anita Dinamita dijo...

Gracias Manu! Vaya lectura. Es como una pesadilla y en verdad es una metáfora del mundo, o así lo veo yo.
Muy bien escrito, me he hecho pequeña en esas baldosas y me encanta el detalle de las cerdas de las escaleras mecánicas.
Un abrazo

Nicolás Jarque dijo...

Es un relato de alta escuela, impresiona como sabe conjugar los recursos para que todos seamos Hector, al igual que el personaje que cuenta la historia.

Me ha encantado y he vivido en primera persona esa agonía que relata.

Gracias por compartirlo.

Un abrazo.

Sara Lew dijo...

Excelente relato, gracias por compartirlo.
Un abrazo.

Mei Morán dijo...

Me gusta mucho la descripción de esa agorafobia vital.
Gracias Manu por traer a Julio a tu espacio.

Rosana dijo...

Yo también creo que es una metáfora sobre la vida y sobre cómo cada uno la interpreta y se crea su escenario, y se adapta a él y eso lleva muuuuucho tiempo y lo mismo una vez conseguido hay que irse...


Abraico

Elysa dijo...

Gracias por compartirlo. Es muy inquietante y engancha, mientras lees te sientes ahí.

Besitos