
Cuando su jefa la despidió, decidió enviarle a casa trescientos ramos de rosas. Murió entre terribles convulsiones. Era alérgica a las flores. Marga lo sabía.
Excálibur sigue oxidada en la roca esperando a que alguien se decida a sacarla, pero la gente pasa de largo...

En 2006 el director de Conga Producciones, Antonio Pardo, me hizo un encargo que para mí fue todo un reto: escribir el guión de un cortometraje de época. En cine, si el largometraje es el equivalente a la novela, el cortometraje sería un microrrelato, aunque finalmente rodamos veinte minutos en 35 milímetros, lo que no está nada mal para ser un cortometraje. La idea de partida era una ley castellana del año 1.076 según la cuál todo hombre tenía derecho a matar a otro que le hubiera deshonrado, pero con una condición: debería esperar tres días. Esta condición suponía que el deshonrado ya no iba a actuar de manera colérica y precipitada, sino que podría pensar las consecuencias de sus actos. Desde 2006, "El tercer día" ha dado la vuelta al mundo. Se ha proyectado en lugares tan lejanos como Honolulú, Nuevo México, Dakota del Norte (en tierra india), o Túnez, sitios en los que se ha llevado diversos premios gracias al buen hacer del equipo que trabajó en el proyecto. En cuanto al guión, la parte más difícil fue escribir en un lenguaje creíble para la época (al final trasladamos la historia al siglo XV), ya que en aquellos momentos no estaba de moda Águila Roja, una serie de época en la que hablan como en el siglo XXI. Tampoco sabía cómo se expresaban en el siglo XV, pero al menos había referentes escritos. Un año después, Conga Producciones me encargó escribir una versión teatral, y salió un libreto de una hora y se estrenó en Alba de Tormes. Ahora quieren que lo alargue hasta la hora y media, condición que ponen para que se estrene en los teatros de las capitales de provincia. Al parecer quieren estrenar obras de autores "vivos" (qué repelús me dio esta expresión cuando me la dijeron). Veremos si se pueden introducir nuevas tramas, no sé, quizá esté demasiado cerrada. Pero veremos en todo caso. Cinco años después de su estreno en los cines Callao de Madrid, "El tercer día" se proyecta en mi tierra. El que esté por tierras charras, mañana martes puede ver la película a las 8 de la tarde en los Cines Liceo de Salamanca. Os dejo el tráiler del cortometraje, en cuyo rodaje me lo pasé de cine. Se rodó en un palacio del siglo XV en un pueblo de Segovia, y tuve la ocasión de hacer un cameo como escribano del Notario Mayor del Reino de Castilla, nada menos. (Aquí, sentado, pluma en mano).
Al llegar a casa, le había brotado un actor secundario en el suelo de la cocina.
Hace unos años, un dibujante con el que trabajé en un programa de humor me dijo algo que se puede aplicar a la escritura. El secreto de una caricatura es que el retrato resultante consiga una deformidad de los rasgos de la persona hasta el extremo, de modo que provoque la sonrisa al verlo deformado. Pero el personaje no debe tener una deformidad tan grande sobre el papel como para ser irreconocible, porque pierde la gracia y el espectador no identifica al personaje. En Literatura, con el humor, ocurre exactamente lo mismo: la pluma debe deformar la realidad hasta el extremo, pero sin cruzar la frontera de la credibilidad. Por eso mismo, el escritor que se propone reírse de algo debe conocer muy bien esa realidad a la que pretende zarandear con la carcajada. Miguel Baquero es, seguramente, el mejor “caricaturista” literario que he leído desde los tiempos de Eduardo Mendoza y su “Misterio de la cripta embrujada” y, más recientemente, Elèna Casero con sus “Tribulaciones de un sicario”. Miguel Baquero es un escritor de mucho oficio, con una orosa envidiable, que además posee un enorme talento para fijarse en los detalles, esas cosas cotidianas que tan bien utilizan los mejores monologuistas de “Stand up comedy” cuando fijan su vista en esos chascarrillos que a todos nos ocurren alguna vez en la vida cotidiana pero en los que jamás caemos en la cuenta hasta que ellos nos los muestran. Miguel utiliza la Literatura para reírse de ella en una época en la que los escritores nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio (si es que alguna vez los escritores no se han tomado demasiado en serio). “Vidas elevadas” es su nueva obra, una novela gamberra (denominación acuñada por el mismo Baquero) que retrata el mundillo literario contemporáneo a través de unos personajes extremos pero creíbles. Tres escritores con distinto perfil pretenden abrirse paso en el mundo de la Literatura utilizando diferentes métodos. El primero de ellos, un poeta de medio pelo con un nombre de lo más común, decide que lo primero que debe hacer es ponerse un seudónimo sonoro que resulte reconocible. No es lo mismo llamarse Manuel Sánchez o Pedro Pérez (su nombre real) que Pedro María Vioque (su sonoro seudónimo). Si Prince o Lady Gaga se hubieran apellidado Sánchez o Pérez no habrían vendido ni un disco. Seguro. Pedro reside en Leganés, pero decide mudarse a un barrio del centro de Madrid para estar más cerca de la bohemia, y allí un amigo le sugiere que explore las épocas históricas que hayan dejado libres los autores de best-sellers expertos en la época templaria, el Cáceres barroco o la España de Felipe IV. Pero Vioque es elegido como presidente de la comunidad y lo más cerca que está de la Literatura es cuando escribe en el tablón de anuncios del edificio. El segundo escritor de “Vidas elevadas” es un escritor de “pelo y medio”, es decir, más o menos reconocido gracias a unos cuantos premios de pueblo. Su nombre: Víctor de Pingarrón. Pingarrón sabe que el mundillo de los escritores es de un “guay” que no tiene parangón, y que debe fabricarse un personaje de esos que mira de soslayo, como diciendo “tengo cosas muy interesantes que decir, pero no hablo porque las tendréis que descubrir en mi próximo libro". Un escritor de esos que pone en el Facebook frases crípcitas del estilo "las paredes están llenas de yeso óseo y cartílagos de cemento" para que todos piensen: "Hey, qué tipo tan interesante...". ¿Y qué mejor forma de convertirse en un autor de culto que fingiendo que has vivido vidas que no son la tuya, mudarte a Túnez y crear un halo que ya lo quisiera para sí Pérez Reverte cuando fue corresponsal de guerra? Otro ingrediente para aderezar la ensalada del éxito es utilizar muchas citas de clásicos, latinajos y escribir párrafos en otros idiomas, todo ello utilizando el Google como herramienta de cabecera para camuflar las propias carencias. Es tan fácil como poner “frases de la Celestina” o “citas de Lord Byron”. Copias y pegas. El tercer escritor caricaturizado en “Vidas elevadas” es Lucio Valverde, un autor superventas que triunfa en todo el territorio nacional e internacional, ya que está traducido a varios idiomas planetarios, una especie de Ken Follet patrio y costumbrista que describe mejor que nadie el potaje de garbanzos o la puesta de sol en La Mancha. Estos tipos deben cuidar mucho su imagen con bufandas o gafas de pasta para impresionar a gente como “el alcalde mitómano” de un pequeño pueblo al que se muda para escribir en un suplemento dominical y elaborar su próximo best-seller. Miguel Baquero hace una magnífica radiografía del panorama literario con estos tres personajes a los que se les cruza una mujer. Una mujer que los pone a todos en su sitio, con los pies en la tierra, haciéndoles ver lo que realmente son: meros mortales sin vidas tan elevadas como quieren aparentar. Pero para saber qué ocurre, no tendréis más remedio que leeros “Vidas elevadas” el último título publicado por Talentura, el nuevo nombre de Editores Policarbonados.
Cuando dejó de escuchar se quedó solo. Fue entonces cuando empezó a llamar a desconocidos. Cogió la guía telefónica y comenzó por la letra “A”. —¿Quién es? —preguntaban. Él permanecía en silencio al otro lado del teléfono, y la gente colgaba al oír su respiración agitada. Le llevó un año llamar a todos los nombres de la guía. Cuando llegó a la “Z” decidió dejarlo. Esa misma noche sonó su teléfono. —¿Quién eres? —preguntó. Sólo escuchó una respiración agitada.
Unos hechos terroríficos e inexplicables comenzaron a manifestarse en la segunda luna llena del año universitario. Durante una cena de rectorado, el Doctor Antonio Cebrián, darwiniano convencido, transmutó su encendido discurso evolucionista en un sermón de corte religioso mientras su vientre liso se convertía en una barriga semejante a una inmensa bota de vino y una calva despoblaba su tupida coronilla. Luego, su ropa de profesor al uso (vaqueros gastados y jersey de cuello alto) se transformaba en un hábito blanco de la orden del Císter, y una cruz abacial brotaba de su mano. Desde entonces, las noches de luna llena sale a la calle y, Biblia en mano, entona soflamas creacionistas a la puerta de la Facultad de Ciencias Biológicas, ante los rostros atónitos de los alumnos que aún permanecen en el campus. Al día siguiente, Antonio se despierta con una terrible resaca de vino dulce, junto a varias ediciones del Antiguo Testamento (una de ellas con ilustraciones de Adán y Eva en el Paraíso), sin recordar lo acontecido durante la noche. Cuando la primera parte del Génesis comienza a aflorar de sus labios, Antonio saca una estaca y se la clava en el pecho, pero no funciona (no es un vampiro), y, presa de un ataque de ira divina, se flagela con un tomo de “El origen de las especies”.