7/31/2006

SABORES


El salado de las lágrimas que se mezclan con el agua de la ducha, el amargo de un sello que nunca llegó a su destino, el ácido limón de los comentarios de un cotilla, el frescor de una cerveza bien tirada, el regusto oxidado de la sangre, el cocido castellano de aquellos sábados en familia, los Peta Zeta de la infancia, el regaliz de palo del kiosko de “La Petri”, el barro de la derrota, el champán de la victoria, el dulce del sugus que conservaba tu boca durante aquel beso.

7/30/2006

OLORES


El olor de la brea recién esparcida sobre la carretera, una profunda inspiración de gasolina 95 octanos, la explosión de lluvia rabiosa y burbujeante sobre un camino de tierra cuarteada y polvorienta, una tormenta de brisa húmeda sobre un reseco campo de encinas salmantino, las alpacas caladas bajo sus curvas desnudas, una bocanada enorme de salitre y arena cerca de la orilla de Fuenterrabía, champú sobre su cabello negro y ondulado al viento, sudor resbaladizo y caliente entre ahogados gemidos, las hojas de un nuevo libro, el bocadillo del recreo, un naranjo, el pequeño huerto de mis padres con su profundo pozo, un porro lejano, el Varón Dandy de mi abuelo, aquella camiseta que se olvidó bajo mi cama impregnada de ese suavizante intenso, la pimienta y el ajo del viejo mercado, una tortilla de patata en Boston, y aquella colonia, siempre aquella colonia, que cuando la huelo, me vuelvo, miro, y la veo.

7/19/2006

DESGUACES


Mi coche no pasa la ITV por un faro entre partido y rayado, nada grave. Buscaré uno nuevo en un desguace. Es sorprendente que pueda haber cosas nuevas en un desguace, en un cementerio lleno de cadáveres de vehículos. Si el Doctor Frankestein existiera podría fabricar un coche nuevo cogiendo de aquí y de allá. Me pregunto que haría con un desguace de frases. Podría coger una palabra de cada frase deshechada, de cada folio garabateado en la papelera y convertirse en un cuento de retazos. En los desguaces hay tornillos, pero el Doctor Fran no existe. No lo he visto pasando la ITV con su monstruo.

7/16/2006

NUEVA YORK


Dice Woody Allen que todo el mundo ha estado en Nueva York, y es cierto. Cuando llegas lo reconoces todo: La Estatua de la Libertad, el Empire Estate, el sky line que vimos derrumbarse en directo aquel 11-S pegados a uno de los monitores de la redacción… Ningún sitio del mundo ha salido en tantas películas y series, ninguna ciudad ha tenido un marketing tan colosal, hasta el punto de haberse convertido en icono. Pero existen más Nuevas Yorks que el de las postales, de hecho hay muchas Nuevas Yorks. Un garito con buen Jazz, artistas callejeros, taxis amarillos, un Harlem recién pintado para acabar con los grafittis de épocas duras, un barrio de negros que contrasta con el barrio de blancos que se mueve entre los maletines de yupis de Wall Strett, una verdadera réplica de China en Chinatown, donde todo es una réplica, desde los bolsos, a los relojes, o los mismos chinos, que comen unas cosas muy raras, una buena obra en Broadway (qué bien hacen estas cosas los americanos), una Zona Cero en la que no acaban de ponerse de acuerdo sobre qué construir en ese agujero que arrasó Irak y Agfanistán, la final de la Copa del Mundo en Little Italy rodeado de banderas y de italianos por todos lados (¿de dónde salieron tantos italianos?), los americanos abucheando a Zidane por el cabezazo (aún no le han perdonado a Francia ni a España su postura en Irak, pero nosotros no llegamos a ninguna final). En el edificio de la ONU me sentí importante porque me dejaron hacer fotos del Consejo de Seguridad y al mismísimo Hitchkock no le dejaron grabar allí una escena de “Con la muerte en loa talones”. El Metropolitan estaba tomado por las momias egipcias y los cuadros de los impresionistas, y en el MOMA por fin pude ver en persona el famoso urinario de Duchamp, las latas soperas de Warhol, los relojes blandos de Dalí y un número innumerable de Picassos, el español que más les suena junto con Julio Iglesias. La ciudad está muy sucia y nunca descansa, nunca. La noche está llena de gente y los fines de semana no existen. Un misterio sin resolver es por qué todos los taxistas son paquistaníes o indios de La India, conducen a acelerones y no hay atascos como en Madrid, ¿por qué? Y lo mejor: Habla español hasta el apuntador, y se nota que les jode, y mucho. Hasta han traducido el himno. Para ellos es un cabezazo como el de Zidane. En un monumento al presidente Jeffersson ponía “Gracias a la libertad todos los hombres blancos somos iguales”. Ya habían quitado lo de blancos, por eso de no dejar mal a Jefferson, que tuvo más de 200 hijos con sus esclavas y a Clinton lo juzgaron por una mamada. Así es América, tan puritana. Y de vuelta a Madrid, y de vuelta al atasco. Tanta ciudad no puede ser buena. Me iré a la playa en unos días.